Soy camanejo, y no cejo

Siempre he oído decir en mi tierra, tratándose de personas testarudas o reacias para ceder en una disputa: «Déjele usted, que ese hombre es más terco que un camanejo».
Si en todos los pueblos del mundo hay gente testaruda, ¿por qué ha de adjudicarse a los camanejos el monopolio de la terquedad? Ello algún origen ha de tener la especie, me dije un día, y me eché a averiguarlo, y he aquí lo que me contó una vieja más aleluyada que misa gregoriana, si bien el cuento no es original, pues Enrique Gaspar dice que en cada nación se aplica a los vecinos de pueblo determinado.
Tenía Nuestro Señor, cuando peregrinaba por este valle de lágrimas, no sé qué asuntillo por arreglar con el Cabildo de Camaná, y piano, piano, montados sobre la cruz de los calzones, o sea en el rucio de nuestro padre San Francisco, él y San Pedro emprendieron la caminata, sin acordarse de publicar antes en El Comercio avisito pidiendo órdenes a los amigos.
Se hallaban ya a una legua de Camaná, cuando del fondo de un olivar salió un labriego, que tomó la misma dirección que nuestros dos viajeros.
San Pedro, que era muy cambalachero y amigo de meter letra, le dijo:
—¿Adónde bueno, amigo?
—A Camaná —contestó el patán, y murmuró entre dientes: «¿Quién será este tío tan curioso?»
—Agregue usted si Dios quiere, y evitará el que lo tilden de irreligioso
—arguyó San Pedro.
—¡Hombre! —exclamó el palurdo, mirando de arriba abajo al apóstol—. ¡Estábamos frescos! Quiera o no quiera Dios, a Camaná voy.
—Pues no irás por hoy —dijo el Salvador terciando en la querella.
Y en menos tiempo del que gastó en decirlo convirtió al patán en sapo, que fue a zambullirse en una lagunita cenagosa vecina al olivar.
Y nuestros dos peregrinos continuaron su marcha como si tal cosa.
Parece que el asuntillo municipal que los llevara a Camaná fue de más fácil arreglo que nuestras quejumbres contra las empresas del gas y del agua, porque al día siguiente emprendieron viaje de regreso, y al pasar junta a la laguna, poblada de ranas, acordase San Pedro del pobre diablo castigado la víspera, y le dijo al Señor:
—Maestro, ya debe estar arrepentido el pecador.
—Lo veremos —contestó Jesús.
Y echando una bendición sobre la laguna, recobró el sapo la figura de hombre y echó a andar camino de la villa.
San Pedro, creyéndole escarmentado, volvió a interrogarle:
—¿Adónde bueno, amigo?
—A Camaná —volvió a contestar lacónicamente el transfigurado, diciendo para sus adentros: «¡Vaya un curioso majadero!»
—No sea usted cabeza dura, mi amigo. Tenga crianza y añada si Dios quiere, no sea que se repita lo de ayer.
Volvió el patán a medir de arriba abajo al apóstol y contestó:
—Soy camanejo, y no cejo. A Camaná o al charco.
Se sonrió el Señor ante terquedad tamaña y le dejó seguir tranquilamente su camino. Y desde entonces fue aforismo lo de que la gente camaneja es gente que no ceja.

(Ricardo Palma, pág. 166, “Tradiciones y leyendas arequipeñas”)
Ubicación: Biblioteca de la Institución Educativa

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