La cruz del paredón del Monasterio de Santa Catalina

Esta tradición refiere que por el tiempo de la Colonia vivía en Are- quipa un sujeto de malísimos antecedentes, conocido por el apodo de Pepón de Alva. Los magistrados le tenían entre ceja y ceja y los alguaciles andaban alertas, prontos a echarle el guante.
Así pues, cierta mañana, los vecinos de la calle de La Merced se sintieron alarmados al ver que un hombre corría perseguido por los alguaciles que gritaban:
—¡Al asesino! ¡Al ladrón!
Huía Pepón de Alva con el propósito de refugiarse en el templo de La Merced para acogerse al derecho de santuario; mas, cuando el bribón estuvo a punto de conseguir su propósito, un caballero, que venía en sentido contrario, le hizo una zancadilla haciéndole caer sobre la vereda. Apresado por los alguaciles, fue condenado y ahorcado en la Plaza Principal de Arequipa. Con la muerte de Pepón de Alva volvió a reinar la calma en la ciudad.
Corriendo el tiempo, cuando ya se habían olvidado las hazañas de aquel famoso bandido, sucedió un hecho muy extraño.
Se hallaba el caballero de la zancadilla caminando una tarde, por la vereda del paredón del monasterio de Santa Catalina, cuando un hombre se le cruzó repentinamente en el camino.
El caballero sorprendido, se detuvo un instante para ver bien al que lo detenía. Los rasgos peculiares de aquel hombre (tamaño regular, ojos de mirada penetrante, erizados bigotes y sombrero calañés) no evocaron en su memoria el recuerdo de ninguna persona conocida. Se disponía a continuar su camino, cuando el desconocido le habló:
—Celebro verle, caballero.
El caballero respondió con una leve inclinación de cabeza.
—¿Recuerda, Vuesa Merced —prosigue el desconocido— de aquel malhechor a quien hizo aprehender haciéndole una zancadilla?
—Sí, le recuerdo —contestó el caballero con gesto despectivo—. Y sigue tu camino, haragán, y no te metas en cosa ya juzgada y terminada.
¿No sabes, por ventura, que Pepón de Alva fue condenado a morir en la horca no por santo, sino por criminal?
—Yo soy Pepón de Alva —dijo el interlocutor con toda naturalidad— Pero no crea, Vuesa Merced, que yo le guarde rencor, pues al tiempo de morir, cuando el verdugo me puso la soga al cuello, imploré la misericordia divina y me arrepentí de mis pecados, perdí la noción del mundo terrenal, pasé por el purgatorio donde mi alma quedó limpia de toda pasión y soberbia, y luego el Rey del Universo, que con su infinita bondad perdona a los arrepentidos, me acogió en su santo reino llevándome al lugar sagrado de la gloria eterna. Sepa, Vuesa Merced, por otra parte, que he bajado a la tierra, reencarnado en mi propio cuerpo, para anunciarle, en señal de agradecimiento, que este día será el último de su vida, y que, esta noche, su alma volará a la mansión eterna.
Añade la leyenda, en torno a este último punto, que el caballero quedó inmóvil en el suelo, presa de temor, y que, cuando llegó a recuperarse de su temporal desmayo, ya había desaparecido el misterioso interlocutor.
El caballero falleció de muerte repentina aquella misma noche, con- forme a la misteriosa predicción.
En lo alto del paredón del Monasterio de Santa Catalina, donde hizo su aparición el alma de Pepón del Alba, se hizo esculpir una cruz en recuerdo de ese mensaje del más allá.

(Juan Manuel Chávez Torres, pág. 305, “Tradiciones y leyendas arequipeñas”)
Ubicación: Biblioteca de la Institución Educativa

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